Independencia económica. Esta frase tan sencilla y obvia, nos pone en relieve los retos a los que nos encontramos en este siglo XXI en el sector financiero.
La lógica inversora nos hace evidente que debemos asumir riesgos para desarrollar nuestros objetivos a futuro. Quizá España este todavía detrás de esta mentalidad de inversión a largo plazo (visto la cantidad de depósitos bancarios que hay en España en proporción al resto del mundo desarrollado).
Esta casuística no solo implica a los inversores particulares, es un tema cultural en España. De esta manera también afecta a nivel estatal, tenemos en entredicho el sistema de pensiones actual (en Noruega, el “Government Pension Fund” refleja la antítesis a la gestión del sistema de pensiones español) y a nivel Instituciones y fundaciones, la gestión endowment en España es prácticamente desconocida.
Estos ejemplos nos ponen encima de la mesa la obligación de un cambio de mentalidad inversora a nivel transversal en España. Es cierto que, en los últimos años, hemos ido concienciándonos de la importancia de la inversión a largo plazo y la diversificación de nuestras inversiones, pero no es suficiente, llevamos 30 años de retraso.
El momento presente nos empuja a tomar decisiones, estas quizás más acuciadas por el entorno macroeconómico actual en el que nos encontramos.
Los tipos de interés bajos, los cobros por cuentas corrientes, la subida de la inflación (7,4% en España) y los cambios regulatorios, nos empujan a realizar un esfuerzo colectivo dentro del sector del asesoramiento financiero hacia una pedagogía inversora que ponga de manifiesto las soluciones de inversión a largo plazo.
Este entorno es especialmente lesivo para instituciones y fundaciones, debido a la falta de recursos (profesionalización), el descenso de donaciones, la falta de previsión en los proyectos y las pocas alternativas de asesoramiento financiero que cumplan con sus expectativas para satisfacer a sus patronatos y órganos de gobierno.
Las fundaciones e instituciones tienen objetivos diversos, pero tienen algo en común, su gran labor social y su contribución económica al servicio de la sociedad. Es por ello que, para alcanzar los objetivos fundacionales y llegar a cumplir el propósito intrínseco por el que nacieron, deben de poder desarrollar su actividad con independencia del entorno económico en que nos encontremos. Si quieren tener repercusión y que cada vez más gente se beneficie de sus actividades, con más y mejores medios, deben gestionar sus recursos de manera eficiente.
La gestión eficiente y la transparencia es ya una obligación con respecto a los donantes de estas instituciones, que con generosidad realizan el esfuerzo de contribuir a un mundo mejor. Estos donantes merecen entender esa gestión para la supervivencia de las actividades.
El cambio cultural es apremiante, más necesario que nunca, y muy pocas empresas de servicios de inversión se encuentran bien posicionadas para cubrir un nicho de mercado poco atendido y profesionalizado. Es por ello que cada fundación e institución, debe ser atendida como única ya que tienen particularidades fundacionales muy arraigadas que deben ir alineados con sus objetivos de inversión. No solo es una cuestión de gestión de activos financieros, sino como se gestionan, ya que vivimos en el mundo de la transparencia, con un regulador más exigente y una sociedad civil que demanda más esfuerzos.
Entidades independientes, sin producto propio, trasparentes en costes, y con los medios técnicos y humanos, serán relevantes para la transformación de este sector.
Ignacio García-Blanco Lope-Garnica
Carlos Ribá Segade